El Jumbocruiser, el autobús articulado de dos pisos para más de 100 pasajeros que quiso ser un avión en tierra y se estrelló con la realidad

En los años 70, Europa vivía un boom del transporte por carretera. En una época en la que el concepto low cost aún no existía, las empresas de transporte apostaban por la eficiencia y la rapidez para ganar terreno. Los viajes organizados en autobús eran una alternativa popular y barata al tren o al avión, lo que impulsaba a los fabricantes a innovar para captar a un público cada vez más numeroso.
Neoplan, un fabricante alemán con sede en Stuttgart, quiso aprovechar el momento con una propuesta tan exagerada como ambiciosa: ¿por qué no hacer un autobús de dos pisos y articulado? Dicho y hecho. Así nació el Jumbocruiser, un coloso sobre ruedas que, durante unos años, se convirtió en el rey de las carreteras. El nombre no era casual: evocaba a los aviones jumbo de Boeing, símbolo del transporte masivo de la época.

El prototipo debutó en el Salón del Automóvil de Frankfurt de 1975. Medía 18,8 metros de largo, casi cuatro metros de alta y 2,5 m de ancho. En teoría podía transportar a 144 personas, aunque la mayoría de unidades llevaban alrededor de 110 asientos. El resto de asientos se usaba para equipajes, zonas de descanso e incluso un pequeño bar.
Hoy, los autobuses de dos pisos son parte del paisaje urbano en muchas ciudades. A los emblemáticos double deckerque llevan décadas transportando a millones de pasajeros cada día en Londres, Toronto o México, hay que añadirles los buses turísticos que aprovechan su altura para ofrecer vistas panorámicas. Pero esos modelos poco tienen que ver con el Jumbocruiser.
A diferencia de los actuales, pensados para recorridos urbanos o turísticos, el coloso de Neoplan era un mastodonte articulado diseñado para viajes largos por carretera, con una capacidad y una envergadura que lo situaba en otra liga.
Sin embargo, propuestas tan ambiciosas como la del Jumbocriser no han tenido continuidad. Su tamaño descomunal, el diseño articulado y las exigencias técnicas que requería para circular con seguridad hacía que no encajar bien ni en entornos urbanos ni en rutas convencionales. Aunque la idea de un autobús gigante de dos pisos para largas distancias fue revolucionaria en su momento, nunca terminó de cuajar.
El Jumbocruiser sigue siendo hoy una rareza, una pieza única que forma parte de una etapa de experimentación y exceso difícil de repetir. La producción fue muy limitada. Solo se construyeron 11 ejemplares, y el último se matriculó en 1992. Aun así, el modelo dejó huella. Se calcula que nueve siguen existiendo, aunque la mayoría ya no transporta pasajeros. Algunas unidades sobrevivieron reconvertidas en autocaravanas gigantes, autobuses de gira o directamente como piezas de museo.
A pesar de sus limitaciones prácticas, el Jumbocruiser despertaba admiración allá por donde pasaba. No era solo un medio de transporte, sino un espectáculo rodante. Su aspecto imponente y futurista lo convertía en el centro de todas las miradas, y muchos pasajeros lo recordaban más por la experiencia de viajar en él que por el destino en sí. Subirse a bordo de ese gigante era una aventura que empezaba mucho antes de arrancar.

El interior estaba pensado para viajes largos y cómodos. Algunos operadores personalizaron los vehículos con sofás, mesas, pantallas y otros extras que hoy nos recuerdan más a un autobús VIP o incluso un jet privado que a un simple autocar. La idea era que el trayecto no fuera un peaje incómodo, sino parte de las vacaciones. En una época sin vuelos baratos ni wifi, esta experiencia era revolucionaria.
Tampoco se puede pasar por alto la proeza técnica que suponía diseñar y construir algo así en los años 70. La estructura de aluminio, el sistema de dirección en ambos extremos, la suspensión neumática ajustable y el complejo reparto de pesos eran elementos muy avanzados para la época. Neoplan se había especializado en romper esquemas -fueron pioneros también en los chasis de piso bajo y en las carrocerías aerodinámicas-, y el Jumbocruiser era, en cierto modo, su buque insignia.
Hoy, en plena era de la eficiencia, la electrificación y las restricciones de movilidad, un coloso como este parece fuera de lugar. Pero en su momento representaba la ambición de una industria que soñaba en grande y aún no había puesto límites a su imaginación.
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